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Casualmente al comienzo de la Semana Santa y reflexionando sobre una situación en mi vida, entré en conexión con Jesús. Pensaba en algunos de mis seres queridos que parecen estar atascados en sus hábitos y creencias y me preguntaba cuánto puede hacer mi oración para ayudarlos a liberarse. Por consiguiente, me cuestioné si podré ser constante con mi oración hasta poder ver el cambio que ellos anhelan pero no quieren hacer el “trabajo sucio” para lograrlo. Además, analizo si mi disposición de orar deberá ser atada a unos resultados probables o si debo orar persistentemente sin apego alguno a estos.
Todo esto era mi propio diálogo interno cuando aparece la figura de Jesús. Jesús estuvo dispuesto a cumplir su misión divina, independientemente de quién lo pudiera entender, valorar o imitar en aquel momento o con el transcurso de los años. Pensar que mientras Jesús lo dio todo por traer un mensaje verdadero, por señalar el camino, por ser instrumento de grandes milagros, por no resistir el ataque vil de aquéllos que lo torturaron y crucificaron, la humanidad en años posteriores no se liberó completamente. La violencia, la pobreza, la enfermedad, la soledad y todos los derivados de la conciencia de separación solidificada por el dominio del ego, han sido desafortunadamente parte de la historia “después de Cristo”. No todo ha sido oscuro pues han habido avances extraordinarios impactando positivamente el proceso de evolución de la raza humana. Finalmente, lo más oscuro que ya no puede sostenerse con esta pandemia, está desapareciendo para dar paso a una nueva era donde el mensaje del Cristo finalmente reine en los corazones de los hombres.
En su sabiduría crística, imagino que Jesús sabría que con su fidelidad al camino, no todo “mal” se erradicaría de la faz de la tierra. No obstante, no titubeó en vivir como lo hizo, en dar sus preciadas enseñanzas y en demostrar el potencial divino en todos, al lograr lo que alcanzó de camino a la cruz. El valor de lo que ofreció sólo lo apreciaría aquél que ya estuviera listo. A medida que evolucionamos en conciencia entendemos la magnitud de su presencia en la tierra. Todos, tarde o temprano, llegaremos ahí y lo entenderemos. Con esa esperanza de que su amor trasciende el tiempo y las condiciones, es donde siento que recibió la fortaleza de cumplir su misión sagrada.
Eso me llevó a entender que sí, mi dedicación de oración por otros, aunque manifieste resultados parciales en ellos, tiene todavía gran valor. Jesús lo modeló para mí. Tarde o temprano las semillas de amor y fe que sembramos en nombre de otros van a germinar, lo presenciemos o no.
En esta Semana Santa santifiquemos nuestra vida, elevando la calidad de nuestra oración al igual que su constancia. Honremos el legado de Jesús con nuestra fidelidad al camino del amor y el servicio a otros.